Cuando el amor se torna difícil - Desayuno espiritual 03 de septiembre de 2014




por Elaine Creasman


Aunque el divorcio nunca ha sido una opción para muchos matrimonios, en sus días más desesperados muchos le han dicho a Dios: «¡No puedo más!». A pesar de todo, gracias a la fidelidad de Dios y su poder de resurrección muchos han seguido adelante. A continuación encontrará varias de las lecciones que la autora ha aprendido acerca de cómo amar a su esposo aun en los momentos difíciles.
Cinco claves para mantener su matrimonio

Recientemente con Esteban, ese complicado esposo mío, celebramos nuestro aniversario de bodas número veintiséis. Nuestro matrimonio no ha estado lleno de la felicidad que podría esperarse de una pareja tan comprometida. A través de los años nuestra relación ha debido resistir no sólo las tormentosas luchas de Esteban contra la pornografía y su temperamento explosivo, sino también mi severo síndrome premenstrual (SPM), mi constante necesidad de controlarlo todo y los espíritus rencorosos de ambos.

A menudo he batallado con mis sentimientos de «no puedo vivir un día más con este hombre». Por su parte, Esteban me ha contado que en los días en que actúo como «loca» (durante mi SPM) llega a pensar: «no puedo seguir viviendo de esta forma el resto de mi vida». Aunque el divorcio nunca ha sido una opción para nosotros, en mis días más desesperados le he dicho a Dios: «¡No puedo seguir!»

A pesar de todo, gracias a la fidelidad de Dios y su poder de resurrección hemos seguido adelante. Si bien ambos dependemos de nuestra profunda fe en él, en parte nos hemos mantenido juntos porque Dios transformó mi obstinación en tenacidad y, además, la experiencia de Esteban como infante de marina inculcó en él la idea de «no me daré por vencido en esta misión». En este caso, su misión consiste en permanecer casado por el resto de su vida.

Mientras escucho a otros inventar excusas sobre el enfriamiento del amor conyugal, pienso en el lema que mi esposo aprendió en la marina: «Sin excusas, sólo resultados».

A pesar de que en ocasiones discutimos, Esteban y yo todavía nos amamos mucho. Lo que sigue son varias de las lecciones que he aprendido acerca de cómo amar a mi esposo aun en los momentos difíciles.

Adopte la misma perspectiva que Dios tiene sobre el pecado

Mi percepción confusa del pecado fue un problema en nuestro matrimonio. Mis pecados, por ejemplo, criticar y juzgar, me parecían insignificantes e inofensivos comparados con las malas palabras que Esteban decía, su temperamento explosivo, o el hecho de pasar más tiempo mirando televisión que conmigo o con nuestros hijos. Sin embargo, Dios me mostró que estaba muy equivocada cuando leí las palabras de Jesús en Mateo 7.5: «Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano». De mala gana me di cuenta de que no decía: «Saca primero la paja de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la viga del ojo de tu hermano».

Cuando permito que Dios exponga mis motivos y actitudes a la luz de su Palabra, mis pecados siempre parecen ser como vigas comparados con los de Esteban. Además, Dios quiere encargarse de mis pecados, no de los de mi esposo.

Cuando Esteban estuvo en la Marina perfeccionó el mal hábito de decir groserías. Todavía se le escapa ocasionalmente una que otra mala palabra. Me preocupaba la influencia negativa que esto podía tener sobre nuestros hijos, particularmente cuando ellos decían alguna grosería. Recuerdo que una vez oré persistentemente: «Señor, líbralo de este hábito maligno». Pero luego el Espíritu Santo me dijo: «¿y qué ocurre con los pecados provenientes de tu boca?» De repente empecé a recordarlos: críticas, quejas, chismes... Sentí un escalofrío al darme cuenta de que nuestros hijos también habían aprendido esas costumbres pecaminosas. La verdad me impactó: mis palabras no eran mejores que las de Esteban.

Ahora veo que él y yo luchamos por igual para superar los hábitos pecaminosos de nuestras vidas. Me siento más cercana a mi esposo cuando ambos nos ayudamos mutuamente en un ambiente de amor y no de condenación.

Recuerde quién es el verdadero enemigo del matrimonio
Durante nuestro segundo año de matrimonio, cuando con mi esposo estábamos emocionalmente más lejos que nunca y yo no tenía ningún lugar adónde ir, me volví a Dios para encontrar salvación. En su misericordia, él permitió que la distancia entre Esteban y yo fuera la causa que me llevara a abrir mi corazón a su gracia salvadora.

Como creyente, continuamente necesito recordar que el enemigo de mi matrimonio no es mi esposo sino Satanás. Dios me ha enseñado la importancia de ser sabia ante los planes del enemigo (2Co 2.11) y de mantenerme firme (Ef 6.11). Una de las formas en que hago esto es recordando lo que me hizo enamorarme de Esteban: su fe en Dios, su compasión, su integridad, su inteligencia, su sabiduría y su gran sentido del humor. Él todavía tiene esas cualidades pero yo a menudo no me concentro en ellas.

Una razón por la cual veía a mi esposo como mi enemigo era que me fijaba en todo lo que él hacía mal. Incluso anotaba en un papel sus «crímenes», sus características más desagradables, su falta de atención hacia mí. Ahora cuando empiezo a hacer esa lista, Dios me recuerda que el amor «no guarda rencor» (1Co 13.5).

Tiempo atrás decidí comenzar a agradecerle a Esteban todo aquello que hace bien. Para eso mantengo en mi diario íntimo un registro de todas esas características por las cuales le estoy agradecida. En algunas ocasiones le escribo una nota resaltando esos aspectos positivos.

Algunas veces, cuando el pensamiento de mi esposo es mi enemigo regresa a mi mente, Esteban me dice: «amor, te estás olvidando de que somos un equipo». Agradezco su recordatorio porque a menudo se me olvida. Somos compañeros que trabajan juntos para construir una unión fuerte y luchar en contra del enemigo que desea destruir los matrimonios.

Ore como lo haría Dios
En lugar de exigirle a Dios que haga lo que yo quiero en la vida de mi esposo, he aprendido a preguntar: «¿cómo debo orar por Esteban?». Cuando lo hago, Dios me instruye y dirige mis oraciones. Un día le dije: «¿Cómo puedo mostrarle que lo amo?». Recibí una respuesta sorprendente: plancha sus camisas. Esteban sabe que detesto planchar, así que era una excelente forma de mostrarle mi amor. Aunque era algo poco valioso para mí, él se puso muy contento cuando descubrió que yo planchaba su ropa.

A menudo, durante mi tiempo de oración, Dios usa su palabra para ayudarme a discernir acerca del amor verdadero. Un versículo que me recuerda constantemente es 1 Corintios 13.5: «[El amor] no busca lo suyo».

Ame a su esposo incondicionalmente
Recientemente me quejé con Dios porque llevaba años pidiéndole por varios aspectos en la vida de mi esposo y aún no me había contestado. Le recordé acerca de dos hábitos que casi me obligaron a cancelar nuestra boda: su temperamento y el pasar horas frente al televisor.

Durante ese tiempo mi actitud era: te amaré de nuevo si cambias. Esteban me escribió cartas diciéndome que iba a cambiar y así lo hizo por un tiempo.

Durante nuestros años de matrimonio me avergüenza admitir que, en ocasiones, le he sacado en cara esas cartas y le he dicho: «¿Cuándo vas a cumplir tus promesas?». Dios me hizo darme cuenta de que yo todavía tenía una mala actitud y que había retrocedido con respecto a esos hábitos negativos. «Te amaré completamente si cambias en esas dos áreas» no era parte de los votos que había hecho al casarme. Lo correcto era: te amaré aun si estos dos hábitos nunca cambian.

Además, mi actitud negativa algunas veces bloqueaba el camino hacia el cambio o no me permitía ver cuánto había cambiado Esteban, incluso en esa dos áreas. El flujo de amor de mi corazón hacia el de él se detenía.

Una esposa muy sabia dijo: «Mi trabajo es amar a mi esposo; el trabajo de Dios es cambiarlo». Dios quiere que ame a Esteban completamente y con todas mis fuerzas. Después de todo, esa es la forma en que Dios nos ama: incondicionalmente.

Entréguele su matrimonio a Dios
El hecho de que ore por nuestro matrimonio no significa que siempre logre entregarle mis dificultades a Dios. Soy casi una experta en orar fervientemente acerca de los problemas y recordárselos a Dios antes de decir «amén». Por esta razón, mi maestra de estudios bíblicos me ha enseñado a orar diciendo: «Dios, tienes un problema», en lugar de pensar que soy yo la que tiene que resolverlo todo.

El día en que por fin decidí poner en manos de Dios la adicción de mi esposo a la pornografía fue un paso decisivo en su recuperación. Muchas veces había pensado que Esteban ya había renunciado a ese hábito; sin embargo, volvía a encontrar contrabando oculto en nuestro hogar.

«¿Cuándo va a renunciar a esto?», clamaba a Dios, a mi consejero, o a mi amiga más íntima. Le confesé a mi esposo mis sentimientos y pareció comprender mi dolor. Me convencí de que finalmente había sido liberado.

Sin embargo, una mañana me desperté más temprano y lo vi observando pornografía por Internet. Sentí como que me hubieran golpeado en el estómago. Otras veces mi respuesta ante tal descubrimiento habría sido llorar, gritar, culparlo y avergonzarlo. Esta vez fue diferente; escuché que Dios me susurraba: no digas nada. Fui al baño, me arrodillé y clamé: «Dios, ya no puedo soportar esto».

De repente, una gran paz me inundó a medida de que entregaba el pecado de mi esposo y mi dolor a Dios. Recordé el salmo 62.1: «En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación». Por primera vez me quedé en silencio. No le reproché nada a Esteban. No me quejé con mis amigos. No llamé a mi consejero. En lugar de eso, Dios me ayudó a ver la lucha de Esteban en lugar de concentrarme en cómo esa adicción me afectaba. Mientras él veía la pornografía como un consuelo, me di cuenta de que yo también buscaba lo mismo en cosas como la comida o las compras, en lugar de buscar a Dios. En menos de una semana Esteban me dijo: «he hecho una cita con un consejero», algo que yo le había rogado muchas veces.

También me confesó que nunca había buscado la ayuda de un consejero porque se sentía muy avergonzado. Y… ¿cuál había sido mi reacción al encontrarlo in fraganti? ¡Avergonzarlo aún más! Yo había sido parte del problema.

Cuando me aparté de su camino, Esteban fue capaz de volverse a Dios y pedirle que lo sanara. Entregarle nuestro matrimonio a Dios no es un convenio de un solo día; es algo que tengo que hacer una y otra vez.

Hace poco mis padres cumplieron cincuenta años de casados. Mientras celebraba un amor tan constante, reflexioné acerca de la fidelidad de Dios a lo largo de sus tiempos difíciles, y de los nuestros. Ahora me atrae mirar hacia nuestro quincuagésimo aniversario. Sólo nos faltan veinticuatro años. Cuando Esteban y yo celebremos ese acontecimiento, le daré todo el crédito a Dios. Gritaré: «¡es un milagro!», y aún más fuerte: «¡qué Creador tan milagroso!».


fuente: desarrollo cristiano





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