MATRIMONIO POR MIEDO
MATRIMONIO POR MIEDO
• Por miedo a la soledad. Una de las prácticas más abominables de los impíos es el matrimonio por interés económico. Todos sabemos lo que es esto. Un hombre o una mujer elige a su pareja porque tiene bienes y dinero, y, fingiendo afecto, se casa con ella motivado sólo por interés. Quizás codicia una vida de lujos y excentricidades. O quizás sólo subsistir modestamente pero con un futuro económico asegurado. Este tipo de matrimonios se asemejan a un acto de prostitución de largo plazo. En el caso de la mujer, equivale a rentar su compañía, cuerpo y atenciones, a cambio de beneficios económicos o seguridad financiera (los hombres que se casan por interés con mujeres ricas, se prostituyen igualmente. Alquilan por dinero, alma y cuerpo).
En el ámbito cristiano, las mujeres, especialmente influenciadas por factores culturales, pueden ser tentadas a casarse por miedo a la soledad.
Si una mujer se casa por mero interés económico, se prostituye, no hay duda alguna. ¿No es algo muy parecido si se casara motivada por miedo a la soledad? En ambos casos, la intención es egoísta y el matrimonio es sólo un medio para obtener un beneficio de la pareja.
El miedo a la soledad es un sentimiento muy humano. Es involuntario y no hay nada anormal en él. El problema está en dejarse controlar por él. El deseo de compañía humana es una necesidad muy natural. La clave para una cristiana está en saber como suplirlo y no hacer un ídolo de ese deseo. A propósito, el matrimonio es sólo una forma posible de suplir la necesidad de compañía humana. Una buena amistad con un círculo de discípulas es más efectivo que un matrimonio mediocre o mal habido.
Nuestra cultura refuerza el miedo a la soledad, sobre todo al pensar en los años futuros. En nuestra sociedad, la mayoría de las mujeres no son educadas para la auto-suficiencia, sino para la dependencia servil del macho. El temor a enfrentar la vida solas, se junta a veces con la inseguridad económica y el miedo
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a no tener alguien que nos acompañe en los últimos años de nuestra vida. La “respuesta” aparece casi instantáneamente en la mente condicionada: ¡Casarse y tener una familia! ¡Un esposo que me cuide! ¡Tener hijos que cuando crezcan vean por mí!
Estamos tratando aquí con emociones e ideas muy delicadas que vienen casi de manera intuitiva y provocan matrimonios trágicos. ¿Pero no son todas estas intenciones puramente egoístas? “Que me acompañen, que me cuiden, que me sostengan económicamente, que vean por mí”. Todo es “yo, yo y al final yo”.
• Por miedo a la soledad. Una de las prácticas más abominables de los impíos es el matrimonio por interés económico. Todos sabemos lo que es esto. Un hombre o una mujer elige a su pareja porque tiene bienes y dinero, y, fingiendo afecto, se casa con ella motivado sólo por interés. Quizás codicia una vida de lujos y excentricidades. O quizás sólo subsistir modestamente pero con un futuro económico asegurado. Este tipo de matrimonios se asemejan a un acto de prostitución de largo plazo. En el caso de la mujer, equivale a rentar su compañía, cuerpo y atenciones, a cambio de beneficios económicos o seguridad financiera (los hombres que se casan por interés con mujeres ricas, se prostituyen igualmente. Alquilan por dinero, alma y cuerpo).
En el ámbito cristiano, las mujeres, especialmente influenciadas por factores culturales, pueden ser tentadas a casarse por miedo a la soledad.
Si una mujer se casa por mero interés económico, se prostituye, no hay duda alguna. ¿No es algo muy parecido si se casara motivada por miedo a la soledad? En ambos casos, la intención es egoísta y el matrimonio es sólo un medio para obtener un beneficio de la pareja.
El miedo a la soledad es un sentimiento muy humano. Es involuntario y no hay nada anormal en él. El problema está en dejarse controlar por él. El deseo de compañía humana es una necesidad muy natural. La clave para una cristiana está en saber como suplirlo y no hacer un ídolo de ese deseo. A propósito, el matrimonio es sólo una forma posible de suplir la necesidad de compañía humana. Una buena amistad con un círculo de discípulas es más efectivo que un matrimonio mediocre o mal habido.
Nuestra cultura refuerza el miedo a la soledad, sobre todo al pensar en los años futuros. En nuestra sociedad, la mayoría de las mujeres no son educadas para la auto-suficiencia, sino para la dependencia servil del macho. El temor a enfrentar la vida solas, se junta a veces con la inseguridad económica y el miedo
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a no tener alguien que nos acompañe en los últimos años de nuestra vida. La “respuesta” aparece casi instantáneamente en la mente condicionada: ¡Casarse y tener una familia! ¡Un esposo que me cuide! ¡Tener hijos que cuando crezcan vean por mí!
Estamos tratando aquí con emociones e ideas muy delicadas que vienen casi de manera intuitiva y provocan matrimonios trágicos. ¿Pero no son todas estas intenciones puramente egoístas? “Que me acompañen, que me cuiden, que me sostengan económicamente, que vean por mí”. Todo es “yo, yo y al final yo”.
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