Grado de Especialista en Bodas
Jennifer López actuó en una película titulada Especialista en bodas. Si uno quiere ahorrarse las molestias por los detalles del banquete, basta con pagar a un especialista para que se ocupe de todo. En nuestra sociedad se han creado expertos para cada situación, pero me alegra saber que Dios no elige profesionales.
Al leer las reseñas sobre mujeres de fe, quizá nos quedamos con la impresión de que todas estas mujeres eran profesionistas o profesionales en su fe. No nos imaginamos a nosotras mismas cambiando el sistema penitenciario de nuestros países, ni rescatando niños de la prostitución. Pero Dios nos da puertas abiertas. La diferencia radica en si nos atrevemos a entrar o nos quedamos afuera.
Una mirada al capítulo 11 de Hebreos nos muestra que Dios no mide nuestros aciertos, sino nuestra fe. ¡Allí aparece Jacob! Sí, el traicionero, mentiroso y aprovechado Jacob. También leemos de Moisés, un asesino tartamudo. ¿Y qué de Sara? ¡Se rió de la promesa divina! Y aún con todos sus defectos, Dios comenta que, por su fe, el mundo no fue digno de ellos.
Muchos héroes y heroínas se han perdido y se perderán entre las páginas de la historia, pero Dios no olvida. Por ejemplo, quizá Julia Harris jamás escriba un libro que venda más de mil copias, ni predique frente a una multitud de personas, ni altere para siempre la historia de su país, ni salga de la ciudad en que ha vivido por más de treinta años, pero su fe es digna de imitar.
Julia nació en Orizaba, México, en 1952. Hija de padres misioneros, creció escuchando desde temprana edad la Palabra de Dios, y una vez que comprendió su pecado, aceptó a Cristo como Salvador. Su padre, Ronaldo Harris y su madre Dorita Howard sirvieron unos años en Orizaba, luego se mudaron a Tehuacán.
Tuvieron cinco hijos, de los cuales Julia, o Julita como le decían de cariño, fue la mayor. Desde pequeña sintió gran carga por sus convicciones. Su madre escribió: "Julita, de cuatro años, tenía muchas preguntas porque los niños del kinder se burlaban de ella por ser evangélica. Como la mayor, siempre tuvo más problemas."
Los niños Harris crecieron en un nido de amor y protección, donde no existía la tele, sino libros, paseos, conversaciones y disciplina. A los quince años se mudó a la ciudad de México para estudiar. En sus memorias, su madre Dorita comenta: "Julita escogió la carrera de medicina. Quise disuadirla para que estudiara algo más sencillo pero estaba decidida. En mi opinión, un médico debe tener por lo menos tres cualidades, debe ser tierno de corazón, inteligente y disciplinado. Julita tiene estas tres cualidades. Cuando era pequeña y oía chillar a los cerdos que eran llevados al rastro, ella lloraba. Cuando oyó una ambulancia por primera vez, también lloró porque decía que el coche estaba llorando. Siempre estuvo interesada por la gente. Me acuerdo que en la primaria pasaba horas hablando con sus compañeras, y cuando le preguntaba de qué platicaban, me decía que las estaba ayudando con sus problemas."
En la ciudad de México, conoció a Manuel Ochoa, con quien se casó a los veintiún años. Terminó la carrera de medicina, pero no ejerció en un hospital sino dando consultas gratuitas a sus familiares y hermanos de la iglesia.
Al nacer sus tres hijas, se dedicó al hogar y a la iglesia. Pero sus conocimientos médicos sirvieron para atender a su suegra cuando sufrió un derrame cerebral y más tarde para acompañar a su padre Ronaldo en su lucha contra el cáncer. La muerte de su padre resultó un golpe fuerte, ya que perdió a su mejor amigo. Seis años después perdió a su madre.
Julia ha dedicado su vida a su familia y a sus hermanos en la iglesia. Escribe pequeños estudios para comentar en grupos sobre libros o personajes bíblicos, enseña a las mujeres y a los niños, y toca el piano y el órgano.
El legado de Julia quizá no se mida en copias vendidas o en personas rescatadas, más bien asemeja lo que muchos lograremos en nuestro pequeño mundo donde hemos sido colocadas. Julia es mi madre y la escogí porque, a diferencia de las demás biografías, he vivido en carne propia su fe y su entrega a Dios. Y de eso se trata la vida cristiana, de tocar a alguien, sean únicamente los hijos, o servir en un solo lugar como la iglesia local, o enseñar en la sencillez de una clase infantil de cinco o seis alumnos.
Dios tiene grandes planes para nosotras, pero la grandeza de sus designios se mide en proporciones distintas a las terrenales. En nuestra sociedad se premia al escritor que ha vendido más libros, o al predicador que ha sido escuchado por más personas, o al ejecutivo que gana más dinero, o al actor que hace más películas. Pero en el libro de Dios, vemos a un niño que entregó cinco panes y dos peces, y a una mujer que derramó su perfume en los pies de Cristo, y para Dios, fue suficiente.
Dios tiene un plan. Él es quien se encarga de preparar a la novia para aquel día futuro. No perdamos de vista que Dios nos puede y quiere usar en el lugar en que nos encontramos ahora, en la situación presente, ya sea como solteras, casadas o viudas, o como maestras, secretarias o enfermeras, o como madres, abuelitas, tías o hermanas. En las cosas pequeñas Él se complace; después de todo, él es el especialista en bodas.
Al leer las reseñas sobre mujeres de fe, quizá nos quedamos con la impresión de que todas estas mujeres eran profesionistas o profesionales en su fe. No nos imaginamos a nosotras mismas cambiando el sistema penitenciario de nuestros países, ni rescatando niños de la prostitución. Pero Dios nos da puertas abiertas. La diferencia radica en si nos atrevemos a entrar o nos quedamos afuera.
Una mirada al capítulo 11 de Hebreos nos muestra que Dios no mide nuestros aciertos, sino nuestra fe. ¡Allí aparece Jacob! Sí, el traicionero, mentiroso y aprovechado Jacob. También leemos de Moisés, un asesino tartamudo. ¿Y qué de Sara? ¡Se rió de la promesa divina! Y aún con todos sus defectos, Dios comenta que, por su fe, el mundo no fue digno de ellos.
Muchos héroes y heroínas se han perdido y se perderán entre las páginas de la historia, pero Dios no olvida. Por ejemplo, quizá Julia Harris jamás escriba un libro que venda más de mil copias, ni predique frente a una multitud de personas, ni altere para siempre la historia de su país, ni salga de la ciudad en que ha vivido por más de treinta años, pero su fe es digna de imitar.
Julia nació en Orizaba, México, en 1952. Hija de padres misioneros, creció escuchando desde temprana edad la Palabra de Dios, y una vez que comprendió su pecado, aceptó a Cristo como Salvador. Su padre, Ronaldo Harris y su madre Dorita Howard sirvieron unos años en Orizaba, luego se mudaron a Tehuacán.
Tuvieron cinco hijos, de los cuales Julia, o Julita como le decían de cariño, fue la mayor. Desde pequeña sintió gran carga por sus convicciones. Su madre escribió: "Julita, de cuatro años, tenía muchas preguntas porque los niños del kinder se burlaban de ella por ser evangélica. Como la mayor, siempre tuvo más problemas."
Los niños Harris crecieron en un nido de amor y protección, donde no existía la tele, sino libros, paseos, conversaciones y disciplina. A los quince años se mudó a la ciudad de México para estudiar. En sus memorias, su madre Dorita comenta: "Julita escogió la carrera de medicina. Quise disuadirla para que estudiara algo más sencillo pero estaba decidida. En mi opinión, un médico debe tener por lo menos tres cualidades, debe ser tierno de corazón, inteligente y disciplinado. Julita tiene estas tres cualidades. Cuando era pequeña y oía chillar a los cerdos que eran llevados al rastro, ella lloraba. Cuando oyó una ambulancia por primera vez, también lloró porque decía que el coche estaba llorando. Siempre estuvo interesada por la gente. Me acuerdo que en la primaria pasaba horas hablando con sus compañeras, y cuando le preguntaba de qué platicaban, me decía que las estaba ayudando con sus problemas."
En la ciudad de México, conoció a Manuel Ochoa, con quien se casó a los veintiún años. Terminó la carrera de medicina, pero no ejerció en un hospital sino dando consultas gratuitas a sus familiares y hermanos de la iglesia.
Al nacer sus tres hijas, se dedicó al hogar y a la iglesia. Pero sus conocimientos médicos sirvieron para atender a su suegra cuando sufrió un derrame cerebral y más tarde para acompañar a su padre Ronaldo en su lucha contra el cáncer. La muerte de su padre resultó un golpe fuerte, ya que perdió a su mejor amigo. Seis años después perdió a su madre.
Julia ha dedicado su vida a su familia y a sus hermanos en la iglesia. Escribe pequeños estudios para comentar en grupos sobre libros o personajes bíblicos, enseña a las mujeres y a los niños, y toca el piano y el órgano.
El legado de Julia quizá no se mida en copias vendidas o en personas rescatadas, más bien asemeja lo que muchos lograremos en nuestro pequeño mundo donde hemos sido colocadas. Julia es mi madre y la escogí porque, a diferencia de las demás biografías, he vivido en carne propia su fe y su entrega a Dios. Y de eso se trata la vida cristiana, de tocar a alguien, sean únicamente los hijos, o servir en un solo lugar como la iglesia local, o enseñar en la sencillez de una clase infantil de cinco o seis alumnos.
Dios tiene grandes planes para nosotras, pero la grandeza de sus designios se mide en proporciones distintas a las terrenales. En nuestra sociedad se premia al escritor que ha vendido más libros, o al predicador que ha sido escuchado por más personas, o al ejecutivo que gana más dinero, o al actor que hace más películas. Pero en el libro de Dios, vemos a un niño que entregó cinco panes y dos peces, y a una mujer que derramó su perfume en los pies de Cristo, y para Dios, fue suficiente.
Dios tiene un plan. Él es quien se encarga de preparar a la novia para aquel día futuro. No perdamos de vista que Dios nos puede y quiere usar en el lugar en que nos encontramos ahora, en la situación presente, ya sea como solteras, casadas o viudas, o como maestras, secretarias o enfermeras, o como madres, abuelitas, tías o hermanas. En las cosas pequeñas Él se complace; después de todo, él es el especialista en bodas.
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