Testimonio de Kim Phuc
“Nací en el sur de Vietnam en 1963. Vivía feliz en una linda casa con árboles frutales y un gran patio. Mi madre tenía un restaurante. Me sentía segura, amada y muy feliz. Jugaba con mis hermanos y amigos. Nunca antes de la guerra tuve miedo. Un día llegó la guerra a mi ciudad”.
El 8 de junio de 1972 Kim, junto con sus hermanos y otros miembros de su familia estaban escondidos en el templo cuando unos soldados escucharon que se aproximaban aviones y dieron la orden de salir y buscar otro refugio. Los niños salieron corriendo y en ese momento los aviones tiraron 4 bombas de napalm. Un fotógrafo logró documentar el hecho. Las fotos se hicieron famosas y dieron la vuelta al mundo.
Hoy, 25 años después, Kim Phuc vive en Canadá y está reconciliada con su pasado. Antes no podía comprender por qué sufrió de esa manera junto con sus hermanos y sus primos.
Lecciones extraídas de esta experiencia que cambió su vida:
1. Todo puede cambiar de imprevisto.
”Algo terrible puede suceder en nuestras vidas en un instante, de forma imprevista; pero siempre podemos aprender de las experiencias. Ayudan a fortalecernos, aunque sean muy dolorosas.
Tenía 9 años y no sabía nada sobre el dolor. El napalm es como quemarse con gasolina por debajo de la piel. Alcanza temperaturas entre 800 y 1200° C. Mis padres me encontraron en el hospital tres días después. Estaba inconsciente, en una habitación aislada, donde me habían colocado esperando mi muerte inminente. Allí ocurrió el milagro: uno de los doctores decidió mi traslado a un hospital de quemados en Saigón. El dolor era increíble. Me desmayaba a cada curación. Estuve 14 meses en el hospital, y fui intervenida 17 veces. Ahora puedo cantar con el salmista: No moriré, viviré y contaré las obras del Señor. (Sal 118, 17)”
Era una pequeña fuerte y determinada a vivir. En 1984 le hacen otra operación en Alemania y allí pudo comenzar a mover el cuello. Hoy en día sigue experimentando dolor, pero aprendió a manejarlo. Los cambios climáticos la hacen sufrir particularmente. En esos momentos distrae su mente cantando y rezando, y sale a caminar.
2. Importancia del amor y de trabajar juntos.
”Mi familia me amó y me ayudó a recuperarme. Mis hermanos, primos y amigos se turnaban para darme masajes a todo momento, para que mi sangre circulara. Mi lugar favorito era la ducha. En aquel momento sentía lástima de mí misma cuando miraba mis brazos”.
Tenía puesta una blusa de mangas largas y se arremangó el brazo izquierdo para mostrarnos sus múltiples cicatrices.
”Pensaba: ¿por qué a mí? Pensaba que nunca en mi vida tendría novio. Ahora tengo un esposo maravilloso y dos hermosos hijos: Tomás de 15 y Steven de 11 años”.
”El amor no siempre es fácil. Tenía que hacer muchos ejercicios. Me dolía mucho y no quería hacerlos. Mi mamá me obligaba a hacerlos. Me decía: Kim, por favor. No llores; me haces llorar a mí también. Si no quieres estar inválida, debes hacer tus ejercicios. ¡Felizmente, le hice caso!”
Después de la guerra, la vida cambió mucho para ellos, se hizo muy difícil. Lo perdieron todo y comenzaron a trabajar en equipo, todos juntos. Así volvieron a construir sus vidas.
”Puedes perderlo todo, pero si tienes el amor de tu familia y de Dios, lo tienes todo”.
3. Importancia de la educación.
Le gustaba ir a la escuela. En el hospital extrañaba mucho a sus maestros y amigos. Lo primero que quiso hacer al salir del hospital fue ir nuevamente a la escuela. Soñaba con llegar a ser médica. Estuvo en el hospital tanto tiempo que quería devolver de alguna manera lo que había recibido. Era una estudiante aplicada y lograba hacer dos años en uno. A los 19 años, el gobierno vietnamita la descubrió y quiso hacer de ella un símbolo de la guerra. La recogían para que fuera a dar entrevistas a la prensa extranjera y no la dejaban estudiar. Ella quería una vida tranquila. No era libre. En una oportunidad conoció al primer ministro de Vietnam y le rogó que le permitiera salir del país para terminar sus estudios. Finalmente pudo viajar a Cuba.
“Un día nuestros sueños se hacen realidad”.
Estaba determinada a estudiar. Ella había aprendido un poco de inglés en la escuela, pero el castellano era para ella una lengua desconocida. Después de aprenderlo, fue a la universidad de La Habana. Ahora tiene su diploma y tres doctorados honoris causa de universidades de Nueva York, Toronto y Australia.
4. Aprendió a amar a Dios.
Creció en la religión Cao Dai (budismo reformado). Sin embargo, en su interior experimentaba que le faltaba algo.
Quería conocer a Dios personalmente. En 1982, no era libre. Tenía miedo de decir la verdad, se sentía sola, aislada y quería morirse. Nadie podía ayudarla, ni la familia, ni los amigos. Un día, mirando al cielo, pregunté: ¿eres verdadero? ¿puedes ayudar? Dios es verdadero y escuchó mi oración. Le pedí alguien con quien compartir mi soledad y mis problemas. Me gustaba mucho leer, especialmente los libros religiosos, buscaba algo que diera sentido a mi vida. En la biblioteca, descubrí la Biblia. Leí el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús a los judíos y me preguntaba cuál sería la verdad. En una oportunidad un primo de mi cuñado me invitó a asistir a la iglesia, y ese domingo escuché un bello mensaje sobre Jesús.
Que Jesús vino al mundo y murió en la Cruz por nuestros pecados y que si alguno le abría su corazón y lo aceptaba como su Salvador, Él entraría trayendo la paz y se llevaría nuestra carga. Jesús podía ser mi Salvador. Esto fue en Navidad del 82.
Mi corazón rebozaba de gozo. Ya no quería morir. Dios me dio la fe y la esperanza de vencer mi dolor emocional y físico. Quería vivir para encontrar el Camino y ayudar a otros que estuvieran igual que yo”.
5. Importancia de la libertad.
“Siempre estaba vigilada por gente del gobierno. Aún cuando fui a Alemania para una intervención, una mujer me vigilaba las 24 horas. Sin embargo, comencé a idear mi plan. Había decidido escaparme, y pude lograrlo 9 años más tarde.
En La Habana conocí a Toan, también vietnamita. Ambos estudiábamos en la universidad. Nos casamos en 1992 y pedimos permiso para ir a Moscú de luna de miel. Al principio el gobierno sólo le daba permiso a mi esposo… Finalmente aceptaron, porque nos acabábamos de casar.
Había escuchado rumores de que era posible refugiarse en Canadá aprovechando una escala técnica de carga de combustible. Estaba muy emocionada. Lo mantuve en secreto. Ni siquiera lo comenté con Toan. En el viaje de regreso, le dije que no habría otra opción en toda nuestra vida. Era la única oportunidad que teníamos para escapar. Del Canadá sólo sabíamos que hacía mucho frío, que se hablaba francés e inglés, y que su bandera era muy linda. Sólo teníamos con nosotros un bolso y una cámara. El resto del equipaje estaba en el avión.
¿Cómo pudimos escapar? Sabíamos que si nos agarraban estaríamos perdidos. Estábamos muy asustados. Rezaba y confiaba en Dios. “Dios mío ayúdame y déjame ver la forma de hacerlo”. De repente vi una puerta de vidrio entreabierta y un pequeño grupo de cubanos que estaban hablando con un oficial de inmigración canadiense. Le dije a mi esposo: “Dame tu pasaporte”. Él confió en mí y me lo dio. ¡Gracias a Dios!
Hay que tener valor, confianza y amor. A veces debemos arriesgarnos y seguir adelante. Tuve que esperar 17 años para alcanzar la libertad. Esta historia la conservo para mis hijos”.
”No teníamos nada, pero estábamos juntos y compartíamos la fe. Al final, ¡lo teníamos todo!”
6. La lección más difícil de todas.
”Finalmente, aprendí la lección más difícil de todas: cómo perdonar. Para mí el perdón era un paso importante para la paz.
Cuando leí Lucas 6, 27-28 “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen”, recordé mi niñez y me dije: “No puedo hacer esto. Es imposible”. ¡Me dolía tanto! ¡Tenía tantas heridas! Toda mi vida había sido una víctima. ¿Cómo puedo amar a mis enemigos y perdonarles? No. Es imposible. Pero después, oré mucho y me dije: “Yo soy cristiana y por eso ¡algo tengo que hacer!”:
a. Primero, me decidí a dejar de preguntarme ¿por qué yo?
b. Luego pedí ayuda a Dios.
Tengo que confiar y obedecer a Dios. Confío que Dios tiene el poder de hacer lo que es imposible.
Cuando uno está ante una situación difícil ¿qué hace? En Canadá marcamos el 911, Emergencias.
Para mi vida cristiana, yo marco Jeremías 33, 3: “Clama a mí y te responderé; te mostraré cosas grandes, inaccesibles, que desconocías”.
c. Empecé a darle las gracias a Dios por todas las bendiciones, en vez de quejarme.
¿Vieron en el video cuando cayeron las cuatro bombas y yo estaba en el medio? Tendría que haberme quemado en todo mi cuerpo, sin embargo, ¡mis manos y mi cara son hermosas! ¡Y esto no es sólo una bendición para mí, sino también para todos ustedes!
Uno podría haberse preguntado, ¿qué le sucedió a aquella niñita? ¡Y aquí me ven! ¡Estoy viva!
d. Dios tenía el poder para cambiar mi vida y había perdonado mis pecados. Le pedí a Dios que me ayudara a perdonar y a amar a mis enemigos. Gracias a Dios, Él me hizo recordar la imagen de una taza de café negro y ver que eso era mi corazón. Dios puede obrar, pero con nosotros. ¿qué hago con esa taza de café? Mi parte consiste en volcar esa taza de café negro hasta que se vacíe. Le pedí a Dios que la vuelva a llenar con paz, misericordia y amor. Hice eso muchas veces.
Pacientemente comencé a orar por mis enemigos. Los nombraba a cada uno en mi lista de oración y cuanto más oraba por ellos, más se ablandaba mi corazón.
Finalmente lo logré. No fue fácil. Gracias a Dios pude decir después de mucho tiempo: los perdono, y cuando oro tengo mucha paz en mi corazón. La Palabra de Dios cambió mi corazón.
Cuando las bombas quemaron mi piel, necesité de muchas operaciones para recuperar mi cuerpo, pero la persona sanada por los doctores tenía odio y resentimiento. Sólo el poder del amor de Dios y de las personas pudieron hacer esa obra. Estoy feliz de decirles que aunque tengo muchas cicatrices y dolor en mi cuerpo, mi corazón está limpio.
Después me di cuenta del valor de mis sufrimientos y que gracias a ellos puedo ayudar a otros. Estoy tan agradecida de haber aprendido tanto en mi vida:
- La guerra me hizo conocer el valor de la paz.
- Haber vivido controlada por el gobierno me hizo conocer el valor de la libertad.
- A través del dolor conocí el valor del poder del amor.
- Por la pobreza, perdiéndolo todo aprendí a valorar lo que tengo.
- Y lo más importante, a través del odio, del terror, de la corrupción aprendí el valor de la fe, y del perdón.
Queridos amigos, el Nepal es muy poderoso, pero la fe y el perdón lo son más. La gente quiere saber a quién culpar por lo que pasó. ¿Al piloto? ¿A los Estados Unidos? ¿A los vietnamitas? La verdad es que yo no culpo a nadie. Aprendí que no puedo guardar rencor en mi corazón.
En 1996, fui invitada al Memorial de los difuntos de guerra en Washington.
“Hablé allí por unos minutos a los excombatientes (vimos un video). En síntesis les dije: No quiero hablar sobre la guerra, el sufrimiento, el dolor físico y emocional. Pensé que no sobreviviría. Dios salvó mi vida y me dio fe y esperanza. Si me encontrare cara a cara con el piloto, le perdonaría. No podemos cambiar la historia, pero sí podemos construir la paz. Muchas gracias por permitirme ser parte”.
Muchos de los veteranos fueron tocados. Entre ellos, John Plumier, antiguo oficial del ejército. En el video se cuenta que él fue quien estuvo a cargo de planear el ataque aéreo; que no pensaban atacar la aldea sino un refugio de soldados en las inmediaciones de la misma. Al día siguiente, cuando vio la foto de Kim en los periódicos, se enteró de que ese había sido el ataque que él había planeado. John Plumier sufrió años de alcoholismo y divorcios, hasta que fue también tocado por el Señor y terminó entregándole su vida y ahora es pastor. Quería reconciliarse con Kim y no sabía cómo acercarse a ella. Unos amigos arreglaron el encuentro y fueron a decirle a Kim, que ya se retiraba, que el pastor Plumier deseaba hablar con ella.
“Lloramos al ver cómo Dios había permitido ese encuentro. No es sólo el momento en que perdoné a John, sino que ahora somos buenos amigos y nos ayudamos, oramos el uno por el otro. Es una verdadera reconciliación. Creo que el perdón también los sanará a ustedes y a los que los rodean”.
“Después de todo esto aprendí algo muy importante: a ayudar a todos los niños del mundo”.
Es así como se inició la Fundación Kim Phuc que ayuda a los niños víctimas de la guerra.
“Fui víctima de la guerra y ahora esa niña es la que ayuda a otros niños y da nuevas esperanzas. Los niños son nuestro futuro y si queremos salvar al mundo debemos empezar con ellos. Todos podemos ayudar. Si ustedes apoyan nuestro trabajo, juntos podremos hacer una enorme diferencia. Ayudemos a los niños inocentes que sufren la violencia y la falta de amor. Devolvámosle la esperanza para que disfruten su niñez. Plantemos la semilla de la paz”.
Una última lección: Aprendí a tomar el control de mi foto.
“Cuando comenzamos nuestra nueva vida en Canadá, anhelaba vivir una vida normal en familia. Todo era nuevo: el clima, el subte, el idioma”
.
Un día un fotógrafo inglés la descubrió y la fotografió con una gran lente. Al día siguiente su foto volvía a aparecer en todos los periódicos. Se sintió nuevamente víctima hasta que se dio cuenta de que si no podía escapar de la foto, podía trabajar con ella para la paz. Aceptó esto como un poderoso regalo del plan de Dios para su vida.
“Trabajo para el bien, y es mi decisión. Mi vida es un símbolo de amor, esperanza y perdón”.
Cuando es invitada a viajar por el mundo para compartir su testimonio, siempre llama a sus padres y les dice: “Mamá, papá, la niña ya no está corriendo, ahora vuela”.
“Quiero decirles que ahora estoy muy contenta. Oro por mi familia y después de 22 años, toda mi familia es cristiana, porque tuve fe y confianza en el Señor y en lo prometido en Hechos 16, 31: ‘Ten fe en el Señor Jesús y serás salvo tú y tu casa’. Cuando viajo conozco a mucha gente: presidentes, primeros ministros, estuve cinco minutos con la Reina Elizabeth.
Les dejo una nueva manera de ver mi foto. Ahora esta niñita ya no llora más de miedo y de dolor. Ahora esta niñita llora por la paz. Muchas gracias”.
Apuntes tomados por Gisele Riverti
V Encuentro de C.R.E.C.E.S. – 1/5/09
LA NACION dialogó telefónicamente con Kim Phuc, que habló desde Toronto, donde dirige una fundación que trabaja con niños víctimas de guerras en todo el mundo. Durante una hora y media, Phuc contó cómo siguió su vida después de aquella foto, de las 17 operaciones que le practicaron y de las persecuciones que sufrió cuando el régimen comunista le prohibió estudiar para convertirla en el ícono propagandístico de la guerra.
También narró cómo logró escapar a Canadá y cómo se convirtió al cristianismo y pudo perdonar a quienes le causaron tanto daño. Su perdón quedó sometido a la prueba de fuego cuando tuvo que enfrentarse cara a cara con el oficial del ejército norteamericano que coordinó el bombardeo que destruyó a su familia y le cambió la vida.
¿Cómo se siente el napalm en la piel?
-Es terrible. Causa mucho dolor. El agua hierve a 100 grados, pero el napalm llega a 800 grados. Se mete por debajo de la piel y sigue quemando. No entiendo cómo pude sobrevivir. Nos habíamos refugiado en un templo, pero los soldados al ver los aviones sobrevolando, nos dijeron que teníamos que salir. Empezamos a correr y de repente vi alrededor de mí un resplandor, el fuego quemó toda mi ropa. Mi brazo estaba ardiendo e intenté apagarlo con mi otra mano. En ese instante pensé: "Nunca más voy a ser normal".
-¿Qué sintió por quienes bombardeaban su aldea?
-Odio. Quería encontrarlos, herirlos, matarlos. Ellos tenían que sufrir más que yo. El odio es en realidad el mayor enemigo que siembra la guerra. Toma todo tu cuerpo, como un cáncer. Cuando tenía 19 años me inscribí para estudiar medicina, pero el gobierno vietnamita descubrió que yo era la niña de la foto y me prohibió estudiar. Me obligaban a hacer entrevistas propagandísticas. Llegué a odiar mi vida. Diez años después, seguía siendo víctima de la guerra. Pero todo cambió el día en que conocí a Jesús y entendí sus palabras de que debemos amar a nuestros enemigos.
-¿Se puede perdonar a quienes le causaron tanto dolor?
-Yo no podía. Pero el día que conocía a Jesucristo, dejé de preguntarme "¿Por qué a mí?" y comencé a obedecer su mandato: pude perdonar. Recuperé la esperanza y los sueños.
La hora del perdón
Kim habla con voz risueña. Resulta difícil creer que sea una persona a la que Vietnam le truncó la infancia. Cansada de no poder estudiar en Saigón, se mudó a Cuba. Allí vivió tres años, aprendió español y conoció a su esposo, Bui Huy Toan, estudiante vietnamita. Se casaron y se fueron a Rusia de luna de miel. "Sólo podíamos ir a países comunistas", explicó. Pero cuando el avión de regreso tuvo que parar en Canadá para cargar combustible, ella y Toan decidieron desertar y pedir refugio. "Siempre estuve esperando la oportunidad de irme", dijo. Desde 1992 se establecieron en Toronto.
En 1996, Kim fue invitada como oradora a un acto en Washington, del que participaron veteranos de la guerra de Vietnam. Habló sobre el perdón. Al término de su charla, un grupo de hombres se acercó. Uno de ellos lloraba sin parar. Hubo que esperar 40 minutos hasta que pudo hablar. Era John Plummer, un oficial norteamericano que había coordinado los bombardeos a la aldea de Kim.
¿Cuál fue su reacción frente al oficial norteamericano que cambió su destino?
-El hombre estaba conmovido. Lloró mucho, y cuando pudo me dijo: "Lo siento mucho. ¿Usted podría perdonarme?". Instantáneamente le dije "Sí, por supuesto". Nos abrazamos y lloramos juntos. Yo había conocido el perdón, pero ese día experimenté la reconciliación. Hoy somos buenos amigos. Yo sentí que con él había recuperado a mi hermano que murió en aquel bombardeo y él dice que yo soy su hermana menor.
Hoy, Kim es embajadora de la Buena Voluntad de la Unesco y la orgullosa madre de Thomas, de 15 años, y Stephen, de 11.
-¿Cómo les explicó a sus hijos lo que le pasó a la niña de la foto?
-Esa es la parte más difícil. A medida que crecían, yo recordaba mis pensamientos en el momento del bombardeo: "Nunca más voy a ser normal". Un día, cuando Thomas era muy chiquito y lo alcé, vio mi brazo. Me preguntó: "¿Mami, te duele?", y comenzó a besar mis cicatrices. Fue muy sanador.
Evangelina Himitian
LA NACION, 23 de abril de 2009
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