Desconfia de tus emociones


Por Miriam Delgado

No podemos dejar que las circunstancias controlen nuestras emociones que nos llevan a encerrarnos en una tristeza que si no la controlamos, destruye nuestra vida.
  
Comúnmente desconfiamos de muchas personas a nuestro alrededor, estamos pendientes de cuidarnos de aquellos que puedan hacernos daño. En otras palabras, ubicamos a nuestros enemigos para mantener una distancia para protegernos.

Nos enfocamos tanto en esto, que no nos damos cuenta de que a veces nuestro principal enemigo somos nosotros mismos. El corazón lleno de emociones y sentimientos nos juega trampas en las que caemos y por ello sufrimos quizás más de lo necesario. En la Biblia, Jeremías 17: 9 dice que “engañoso es el corazón más que todas las cosas”.


Tendemos a manejarnos de acuerdo a cómo nos sentimos y tomamos decisiones basándonos en nuestras emociones.


Tuviste un problema con tu esposo, te lastimó y hoy te levantaste sin sentir amor por él.


Comenzaste a cuestionarte hasta que llegas a pensar si casarte fue un error. Toda una artimaña mental basada en unos días en los que no sentiste el mismo amor que sentías al principio.


Probablemente más de una circunstancia a tu alrededor es negativa, no entiendes por qué todo parece estar mal, te sientes triste y pasan los días y tus emociones se siguen hundiendo en esa desilusión, que si no la sabes manejar, se convierte en frustración, estrés y posteriormente en una depresión que viene siendo el estado emocional más grave y autodestructivo en el que podemos caer.


Las emociones son variables. Cambian de día en día, por eso no podemos seguir cada pensamiento y sentimiento que tenemos como si fuesen una verdad absoluta ni mucho menos tomar decisiones importantes basándonos en éstos.


Cuando algo nos sucede y nos sentimos tristes, no debemos permanecer así por mucho tiempo. Quizás un breve periodo de desilusión no tenga un efecto devastador en nuestra vida, pero una tristeza que dejamos crecer sin control y reforzamos cada día pensando en lo mal que nos sentimos, puede llevarnos a una depresión.


No debes basar tu felicidad en que todo en tu vida esté bien. Si piensas que no vas a ser feliz hasta que todas las circunstancias estén bien, nunca vas a ser feliz. No podemos dejar que las circunstancias controlen nuestras emociones, que unidas a los pensamientos nos llevan a encerrarnos en una tristeza que si no la controlamos, destruye nuestra vida.


Quiero decirte que peor que nuestras emociones, el enemigo de nuestras almas, el padre de mentiras, quien la Biblia llama Satanás continuamente está buscando derrumbarnos y cuando hacemos caso a nuestras emociones, le hacemos el trabajo fácil. El ha venido para engañar, matar y destruir. Es el autor intelectual de muertes, guerras, enfermedades, hogares destruidos, depresión y todo lo negativo que puedas imaginar, por lo tanto, es el escritor de todas las emociones y pensamientos dolorosos que pasan por tu mente y tu corazón.


Pero Jesús vino para traer vida, para darnos esfuerzo, para levantarnos, darnos esperanza y llenarnos de alegría. Dice la Biblia que el gozo de Dios es nuestra fortaleza. La alegría que El nos da es lo que nos da fuerzas para seguir adelante. Sin gozo, somos débiles, abrimos la puerta para que entren los pensamientos negativos e iniciamos una caída libre hacia nuestra destrucción.  


Basta ya de tanta tristeza y dolor. El llanto puede durar toda una noche, pero así como sale el sol de un nuevo día, la oportunidad de nuevas alegrías toca tu puerta. La depresión no tiene que ver con lo que te sucede sino con la actitud que asumes ante tus circunstancias. Puedes decidir tener una actitud de esperanza renovando tu mente con las promesas de Dios. Deja de confiar en lo que te dicen tus emociones y comienza a confiar en quien te ama, te conoce, te cuida y está a tu lado siempre: Dios. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

A donde fue Cain después de haber matado a su hermano Abel

{Ester} Dia VII...Huérfanos…pero no desamparados - Desayuno espiritual 04 de febrero de 2014

Jesucristo el hijo del padre