EL DECAIMIENTO ESPIRITUAL
El decaimiento es la falta de ánimo y fuerza, el desaliento, la debilidad y la flojera espiritual. Es ir en descenso en mi relación con Dios por no confiar o hallar refugio en Él. Cualquier cosa en la que haya siquiera un indicio de decaimiento espiritual siempre es incorrecta. Si estoy deprimido o cargado, la culpa es mía, no de Dios, ni de nadie más. El abatimiento proviene de una de estas dos fuentes: O he satisfecho un deseo pecaminoso o no lo he podido satisfacer. En cualquiera de los casos, el resultado es el decaimiento. La concupiscencia o deseo pecaminoso se expresa con estas palabras: “Quiero tener eso inmediatamente”. La concupiscencia espiritual me hace exigir una respuesta a Dios, en lugar de buscarlo a Él mismo, el dador de la res
puesta. ¿Qué he estado esperando que Dios haga? ¿Hoy es el tercer día de espera, y todavía no ha hecho lo que yo pensaba? Por lo tanto, ¿eso justifica que me encuentre decaído y que culpe a Dios? Cuando insistimos en que Él siempre debe responder a nuestras oraciones, vamos por el camino equivocado. El propósito de la oración es que nos aferremos a Dios y no a la respuesta. Es imposible estar bien físicamente y a la vez decaídos, porque el decaimiento es signo de enfermedad. Lo mismo sucede espiritualmente. El abatimiento espiritual es incorrecto, y nosotros siempre somos los culpables de que ocurra.
Para ver el poder de Dios buscamos visiones celestiales y sucesos estremecedores, lo cual se comprueba con el hecho de que estemos decaídos. Sin embargo, nunca nos damos cuenta de que todo el tiempo Él está obrando en nuestros acontecimientos cotidianos y en las personas que nos rodean. Si solamente lo obedecemos y realizamos la tarea que ha puesto más cerca de nosotros, lo veremos a Él. Una de las más asombrosas revelaciones de Dios surge cuando aprendemos que, por medio de las experiencias diarias de la vida, entendemos la magnífica Deidad de Jesucristo.
Tomado de En pos de lo Supremo de Oswald Chambers
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