Santificar el nombre de Dios en tiempos oscuros
Había un pueblo que pensaba estar seguro. Tenían marcas en sus manos y frentes, símbolos de pertenencia a un sistema que prometía estabilidad. Pero esa marca era una cadena invisible: control, opresión, pérdida de libertad.
Ese cuadro lo pinta la Escritura en Apocalipsis, y no es tan distinto de lo que Orwell imaginó en 1984, donde el ojo del poder vigila cada movimiento y la verdad se convierte en propaganda.
Ambas imágenes nos recuerdan algo esencial: cuando el ser humano se aparta de Dios, el resultado es un mundo frío, sin amor, sin verdad, sin libertad.
Una distopía no solo futura, sino presente.
La Biblia no nos deja en la desesperanza. Nos muestra que en medio del caos, el propósito eterno sigue intacto: el nombre de Dios debe ser santificado.
Santificar su nombre significa vivir de tal manera que cada decisión, cada palabra y cada espacio reflejen quién es Él. No es un acto ritual, es un estilo de vida.
Es reconocer que nuestra vida es un escenario donde Cristo debe ser visto como glorioso.
Cuando el amor se enfría, tú puedes encenderlo con la gracia.
Cuando la mentira domina, tú puedes proclamar la verdad.
Cuando el sistema oprime, tú puedes vivir en libertad porque tu identidad está en Cristo.
Cuando la Biblia habla de tiempos difíciles, no lo hace para asustarnos, sino para despertarnos. Jesús dijo que el amor de muchos se enfriaría, y Pablo describió días donde la gente viviría solo para sí misma. Esos pasajes no son teoría: son advertencias para que evaluemos cómo estamos viviendo hoy.
Santificar el nombre de Dios no es un concepto abstracto. Es obedecerle en lo que parece pequeño: en cómo hablas con tu familia, en cómo trabajas con integridad, en cómo decides con sabiduría. Cada acción refleja si realmente reconoces que Él es santo.
La pregunta es sencilla:
- ¿Estoy viviendo de manera que otros vean que Cristo es real?
- ¿Mis decisiones muestran que su gloria es mi prioridad?
- ¿Mis palabras y actitudes honran su nombre o lo contradicen?
Oremos...
Señor, ayúdame a vivir cada día reconociendo tu santidad.
Que mis palabras, mis hábitos y mis decisiones muestren que tú eres mi Señor.
Que otros puedan ver tu gloria en lo cotidiano de mi vida
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En el nombre de Jesús, amén.

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