Entrada de diario — Lunes

Por Diana Carolina Mendoza Corrales 

Hoy comencé el día muy

temprano. 


Antes de que el sol se asomara por la ventana y los pajaritos iniciarán su canto, ya estaba buscando a Jesús. No por obligación, sino por deseo. 

Lo busqué en las páginas de mi Biblia, en los colores que pintaban el cielo, en la oración que brotaba de un corazón hambriento y necesitado por su presencia y compañía.

Fue entonces cuando me encontró el Varón de dolores que describe Isaías 53, en la quietud de mi sala, con la vista en penumbras de las montañas, con el calor humeante y deleitoso aroma de mi taza de café en mis manos y lo acogedora de mi cobija. 

El Varón de dolores. El que se describe con la mansedumbre de la oveja que es llevada al matadero. El justo que padeció por mí en silencio y fue molido por mis iniquidades.

Al inigualable Jesús, al que he despreciado, ignorado, al que he hallado sin hermosura ni atractivo… ese mismo que ha pagado con su sangre el costo de mi paz.

Y sin embargo, allí estaba esperándome al amanecer.

Me habló al corazón y al alma, de manera inequívoca, sin estruendo, pero con la bienaventuranza tierna de su reprensión.

Recordándome su fidelidad, su misericordia, su justicia, su amor, su santidad... Impregnando mi ser de las verdades eternas y absolutas de su esencia:

Él me redimió. 
Él  intercede constantemente por mí ante el Padre.
Me dió vida cuando yo no lo buscaba. 

Y hoy, por su gracia, puedo amarlo.  No porque lo merezca, sino porque Él me halló y me escondió en su corazón.

Luego, mientras meditaba Romanos 12:1 (NBLA) me habló con claridad otra verdad consecuente de la anterior: 

“Les ruego… que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es su culto racional.”

Y entendí que la adoración no siempre se ve como un canto elevado o una emoción intensa. 

A veces se parece más a preparar el desayuno con gratitud. 
A trabajar con integridad. 
A descansar. 
A disfrutar los placeres y bienes que otorga.
A amar a quienes me rodean, incluso cuando no es fácil. 
A leer la Palabra con hambre, aunque no entienda todo.

Mi rutina, mi cuerpo, mi día, mis gestos pueden ser adoración espiritual y verdadera. 

Hoy, mi amado Señor, Cristo Jesús me recordó que lo cotidiano no es un obstáculo para la gloria, de hecho es el lugar donde ella ocurre y que ser hallada en su corazón es el mayor milagro de todos.

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