Un café tibio: conversaciones íntimas entre el corazón y la eternidad


Por Diana Carolina Mendoza Corrales 


Imagina por un momento que estamos en una pequeña cafetería, con aroma a esperanza y tazas medio llenas de consuelo. 


El tipo de lugar donde las palabras no se apresuran y el alma, por fin, puede respirar. En ese espacio sin máscaras ni expectativas, quiero invitarte a una conversación real e íntima con Dios.


Hoy, no deseo tanto hablar como escuchar contigo.

Escuchar lo que dice aquel que clamó en el desierto del tiempo: Moisés, en el Salmo 90. 


Permitamos que sus verdades eternas hablen a nuestras vidas tan... temporales. Rutina diaria. Calendario lleno. 


Es una conversación con la eternidad.  


Este salmo no endulza ni suaviza la realidad: 


somos finitas y no tenemos el control

Aunque luchemos desesperada y afanosamente por conseguirlo. 


De hecho, hay belleza en esa fragilidad, porque nos obliga a mirar más allá de nosotras mismas y volver nuestra atención a Aquel que es eterno.


Moisés nos sacude. Nos confronta. 


No podemos seguir distraídas por trivialidades, mientras nuestro corazón se enfría lentamente.


Tal vez estemos en una etapa donde todo va demasiado rápido, o en una donde parece que nada se mueve, pero sea cual sea el ritmo, se nos recuerda que Dios está presente.


Que nuestro tiempo importa... porque está en Sus manos.


Dios es eterno, y estamos hecha para Él. Todo en esta vida clama por tu atención, pero solo una voz importa.


La eternidad redefine lo cotidiano.


Si supieras que solo tienes un mes más de vida… 


¿Qué cambiarías? ¿Cómo amarías? ¿Qué dejarías atrás?  


En un mundo que constantemente nos pide más—más logros, más velocidad, más perfección—el Salmo 90 nos invita a algo radicalmente diferente:


 A detenernos.


A mirar la vida no desde la urgencia del “ahora”, sino desde la perspectiva de lo eterno.


Jesús no murió para que vivimos vidas seguras. Murió para que seamos libres, para vivir apasionadas por la gloria de Dios, sin reservas, sin excusas.


Una de las líneas más transformadoras de este salmo dice:


 “Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría”.  


Este versículo no es una linda frase para enmarcar. Es una súplica desesperada:


 “Enséñanos a contar nuestros días…


Porque si no aprendemos a valorar el tiempo, nos lo tragará la rutina, el orgullo, la apatía.


Así que, ¿cómo se ve esa sabiduría?  


- Es decir “no” a lo urgente para abrazar lo importante.  

-Es atreverte a obedecer cuando el mundo se burla.  

- Es soltar el control y abrazar la gracia.  

- Y muchas veces, es simplemente permanecer... aún cuando no entendemos el plan.


Hoy, te invito a que nos tomemos ese café tibio sin culpa.  


Que nos demos permiso para sentir, reflexionar, y sobre todo, recordar que somos profundamente amadas por un Dios que no se rinde y es poderoso para salvar.


Y cuando terminemos esa taza, nos levantemos sabiendo que, aunque el tiempo es breve, Su propósito en nosotras es eterno.


Demos un sorbo profundo y calmado de esperanza, sin que se nos enfríe el corazón y la fe en Cristo, Dios eterno, perfecto y sabio:


La imagen visible del Dios invisible 


Jesús fue claro en Apocalipsis: prefiere que seamos frías o calientes… pero nunca tibias.  

Así que, sí, este es un café tibio, pero mi oración es que nuestra fe no lo sea.


Que estas palabras sean una chispa que prenda el fuego en tu interior otra vez.


Porque si hoy fuera tu último día, ¿vivirías diferente?


Por último, te reto a hacer esta oración sencilla y valiente para un corazón que busca respuestas:


Dios…  

No estoy segura de cómo empezar.  

No tengo todas las palabras correctas.  

Y hay muchas cosas que no entiendo.  

Pero algo dentro de mí—no sé si esperanza, necesidad o curiosidad—me trajo hasta aquí. Hasta Ti.


Si Tú eres real, si de verdad estás ahí… ¿podrías escucharme?  

No vengo con fuerza, ni con fe grande.  

Solo vengo con lo que tengo: una vida que a veces se siente vacía… pero que anhela ser llena.


No quiero seguir viviendo en automático.  

Si hay un propósito para mí, muéstramelo. Si puedes hablar, ayúdame a escuchar.  

Si puedes sanar, toca lo que duele en mi interior.  

Y si en medio de todo Tú sigues siendo Dios… entonces ayúdame a creer, aunque sea poquito.


No te pido una vida perfecta. Te pido que me muestres el camino a través de Cristo. Que me sostengas si decido confiar.


Y aunque no te conozco del todo, hay algo en mí que quiere hacerlo.  

Así que aquí estoy, con el corazón abierto.  

Haz lo que solo Tú sabes hacer: amar, guiar, restaurar.


Amén.





Comentarios

Entradas populares de este blog

A donde fue Cain después de haber matado a su hermano Abel

Descubriendo la belleza del rol bíblico de la mujer: Reflexiones desde el libro "Déjame ser mujer" de Elisabeth Elliot

Renueve su Pacto - Desayuno espiritual 24 de abril de 2014