Entrada de diario — Lunes

Por Diana Carolina Mendoza Corrales Hoy comencé el día muy temprano. Antes de que el sol se asomara por la ventana y los pajaritos iniciarán su canto, ya estaba buscando a Jesús. No por obligación, sino por deseo. Lo busqué en las páginas de mi Biblia, en los colores que pintaban el cielo, en la oración que brotaba de un corazón hambriento y necesitado por su presencia y compañía. Fue entonces cuando me encontró el Varón de dolores que describe Isaías 53, en la quietud de mi sala, con la vista en penumbras de las montañas, con el calor humeante y deleitoso aroma de mi taza de café en mis manos y lo acogedora de mi cobija. El Varón de dolores. El que se describe con la mansedumbre de la oveja que es llevada al matadero. El justo que padeció por mí en silencio y fue molido por mis iniquidades. Al inigualable Jesús, al que he despreciado, ignorado, al que he hallado sin hermosura ni atractivo… ese mismo que ha pagado con su sangre el costo de mi paz. Y sin embargo...